Preferí
no esperarle en la playa. Paré de nuevo el motor de mi descapotable,
esta vez junto al paseo, y saqué los prismáticos. Entre todo el
gentío no lograba distinguirle y, además, el sol de frente me lo
hacía más difícil aún. Grupos variados de jóvenes disfrutaban de
la arena, hacían deporte y se bañaban en el mar, y yo, absorta en
mis pensamientos, empecé a preguntarme cómo había llegado hasta
esta situación. La obsesión se había convertido en mi compañera
fiel en la última semana. No estaba simplemente cumpliendo con un
trabajo que me habían encargado sino que además estaba llevándolo
a un terreno tan personal que me estaba dando miedo.
Desde
mi posición incómoda de aprendiz de espía yo seguía oteando el
horizonte. De pronto, a través de las olas apareció su esbelta
figura masculina erguida sobre la espuma. Surfeando con gracia hasta
la orilla, apoyó sus pies en la arena como si agua y tierra fueran
el mismo terreno para él. Acto seguido, con su porte de niño-hombre
descuidado pero deportista, se dio la vuelta y se zambulló de nuevo
con su tabla, listo para volver a empezar.
Encendí
un cigarrillo. Creo que aún me daría tiempo a fumarme medio paquete
antes de cumplir con mi objetivo.
Mientras
fumaba empecé a hilar los últimos acontecimientos en mi cabeza.
Todavía seguía perpleja de cómo se cómo se habían desarrollado
los hechos en tan sólo unos días. Lo que más me había
sorprendido, y nunca me hubiera esperado, había sido la llamada del
tal Roger, el mánager. Mi amiga Cinthia me lo había nombrado en
algunas ocasiones, pero nunca habíamos llegado a coincidir. Ni
siquiera las veces que yo la había ido a ver al local de ensayo él
había aparecido por allí. Cinthia era mi amiga de la infancia y la
cantante de un grupo de rock. Desde pequeñas habíamos hecho miles
de cosas juntas, y la música siempre había sido su ilusión,
incluso diría que a veces su única obsesión. Yo la apoyaba
siempre, al igual que ella hacía con mis cosas, aunque de un tiempo
a esta parte, y sobre todo en los últimos meses, ella estaba un poco
esquiva conmigo y ya no la veía tan a menudo.
Continuando
con aquella llamada, recordé que hacía entonces sólo una semana
que aparecía repetidamente en mi móvil un número desconocido.
Llamadas perdidas que casualmente nunca escuchaba. “Ya están los
pesados de siempre llamando para un seguro de decesos, o para
concederme un préstamo, o para regalarme una batería de cocina...”
-pensaba con fastidio. Pero el día que vi en la pantalla del móvil
que llamaban de ese número contesté dispuesta a dejarles con la
palabra en la boca. Al otro lado del hilo telefónico una voz pausada
de hombre maduro me dijo: “Soy Roger, el mánager”. Me dieron
ganas de reír, ya que no me esperaba tal presentación, pero me
contuve y escuché atentamente lo que quería decirme. Por lo visto,
“Aráñazul”, el grupo de Cinthia, había sido seleccionado como
ganador en un concurso de talentos de Radio-Top a nivel nacional.
“¡Qué bien!” - pensé yo; pero “¿Qué tenía yo que ver en
todo esto?”
Apagué
el cigarrillo y encendí otro sobre la marcha. Lo que yo no sabía, y
Roger me empezó a explicar con todo lujo de detalles, era que la
canción con la que habían sido seleccionados la había compuesto él
con Cinthia tras una noche de pasión, hacía ya unos meses. “¿Cómo?
- me escandalicé interiormente- ¿pero Cinthia no salía con el
guitarrista del grupo?”. En fin, decidí no pecar de entrometida e
intenté sintetizar el mensaje que me trataba de transmitir. Entre
otras cosas me contó que el guitarrista tenía en su poder el
master. En un ataque de celos, al enterarse por otra persona del
desliz de su chica, y tras la consabida, necesaria y correspondiente
confesión de la misma sin final feliz, él había decidido llevarse
todo el material del estudio. A Roger, desde Radio-Top le estaban
pidiendo con urgencia el cd original para poder hacer copias
destinadas a un gran lanzamiento que se estaba planificando. Así
pues, esto se ponía complicado para mi amiga.
La
situación podía resumirse así: chico dolido por la actuación de
su novia infiel se queda con material importante e imprescindible
para ella, claro ésta, por puro despecho. Según Roger yo era la
única persona que podía espiar al guitarrista sin levantar
sospechas y averiguar dónde estaba ese material. ¿Yo?, la chica
despistada con mil cosas en la cabeza que de pronto se tenía que
responsabilizar de un asunto de tal calibre. Tenía que hacerlo por
Cinthia, aunque reconozco que estaba un poco dolida por no haber sido
ella misma la que me contara todo este enredo en el que se había
metido.
Por
tanto, allí estaba yo, fumando mi segundo cigarrillo mentolado (sí,
me decían que eso me hacía más sofisticada), mientras esperaba a
que mi nuevo contacto hiciera a su vez el trabajo que yo le había
encargado. Antes de aparcar en mi posición privilegiada de
observadora había hecho mis deberes. Sabiendo que el guitarrista
estaba en la playa, me había acercado a hablar con unos de los niños
de la pandilla que yo creía más asidua y conocedora del terreno.
De
pronto, tuve que dejar el pitillo en el cenicero. Mi nuevo contacto
me interrumpió y me sacó de mis pensamientos. Llegó con una
mochila para mí. Le di 50 euros y una sonrisa mientras le revolvía
cariñosamente la coronilla. Una vez a solas, la cogí en mi regazo y noté que mi primera reacción fue sentirme culpable. Tenía ante mí la
posibilidad de saber en qué acabaría toda esta historia, pero el
hecho de hurgar en la intimidad de este chico lleno de talento y que
además era guapo (para qué negarlo), hacía que mi pecho se moviera
al ritmo de la excitación y el nerviosismo.
Decidí
ser automática. Mis manos abrieron las cremalleras y busqué en el
interior. No había ningún disco duro portátil, pero sí un cd
dentro de un plástico transparente. En la superficie del disco,
escrito a rotulador permanente, estaba escrito “Largo
y Adagio de amor– autores Cinthia Pontes y César Amado”.
“Qué raro! Esta letra me era familiar. Enseguida caí en la cuenta
de que era la de mi amiga. Bueno, esto se estaba poniendo misterioso.
No acabé de entenderlo, puesto que según la información que me
había dado Roger, el mánager, esa era la canción ganadora. Sin
embargo, dejé que pasara ese pensamiento y de nuevo decidí ser
automática. Sin querer pensar más, dejé la mochila a un lado,
introduje el cd en mi equipo, recosté mi espalda sobre el respaldo,
retomé lo poco que me quedaba del mentolado y me dispuse a escuchar la
canción; la curiosidad me estaba carcomiendo. Play.
Mientras
mi imaginación echaba a volar una figura masculina se acercaba en
dirección a mi coche. Pasó por delante y se dirigió a coger una de
las bicis del aparcamiento. Uff!,¡no lo podía creer! - era el
guitarrista-surfista. “¿Cómo había salido tan rápido del
agua?”. ¡Gracias al universo que no me había visto! ¡Menos
mal!”.
Sin
embargo, de pronto veo que se da la vuelta y que mira fijamente en mi
dirección. Veo que camina los 10 pasos que nos separan y ¡voilà! de pronto está mucho más cerca de lo que debería estar. “¡Oh, no! ¡creo que estoy a punto de ser descubierta!”. No me
había dado cuenta de que la canción seguía sonando “¡premio a
la mejor detective! ¡Dios mío!.” Quería morirme. De pie y desde
el asiento del copiloto su figura alargada me miraba con cierta
extrañeza. Imagino que por su cabeza estarían pasando las preguntas
de “¿por qué esta chica está escuchando mi canción?”, o “¿la
conozco de algo?”, o simplemente, “¿qué está pasando aquí?”.
Se
inclinó hacía mí y se acercó con rapidez a apagar el botón del
equipo de música. Miró hacia abajo, al hueco del los pies del
asiento del coche, y directamente exclamó con tono de enfado y
sorpresa al mismo tiempo: “Pero tía...¿qué haces tú con mi
mochila? ¡Si vengo del puesto de la policía!”.
Me
quedé paralizada de miedo, no tenía ni idea de cómo salir de esta
(aunque en algunas otras ocasiones comprometidas siempre la suerte
había acabado sonriéndome). Balbucée unas palabras totalmente
incomprensibles y eché mano de la llave para arrancar el coche. Creo
que en realidad, debido a mi estado de confusión repentina, eché
mano del cartelito de cambiar el aceite, que colgaba en el mismo
lado, y, sin saber cómo, una mano veloz apareció a mi lado y de un
sólo movimiento sacó las llaves del contacto. Definitivamente él
había tenido más capacidad de reacción que yo.
Allí
estábamos los dos. Frente a frente con cara de atónitos, pensando a
cámara lenta cuál iba a ser nuestro siguiente paso.